La espiritualidad Ignaciana

Me propongo, en este artículo, presentar la espiritualidad ignaciana. Tal intento fija ya los límites. Hablaré, pues, de una espiritualidad particular. Toda espiritualidad tiene en común la búsqueda de Dios y participa de las mismas riquezas que son su Palabra y la Eucaristía. Las diferencias se sitúan, pues, al nivel de los medios secundarios o, más exactamente, en la elección de las formas, en la proporción al utilizarlas y en los motivos específicos que sirven de punto de apoyo para la consecución de los objetivos. Este conjunto de notas particulares se les designa con el nombre de espiritualidad y así se habla de espiritualidad benedictina, carmelitana, ignaciana, etc. Una cosa es señalar las diferencias y otra indicar su origen. Pero la síntesis de los diferentes factores (forma, proporción, punto de apoyo, alimento espiritual) es la que da a una espiritualidad su sello único y la constituye en un todo orgánico, un conjunto estable y equilibrado. A primera vista, Ignacio parece un personaje ambiguo por no decir un ser contradictorio. En efecto, ¿cómo asimilar al "peregrino" con el sedentario que durante 15 años ocupó el puesto de Superior General de la Compañía de Jesús? El hombre que legisla con tanta minuciosidad al redactar las Constituciones ¿es el mismo que renunció a entrar en la Cartuja para no perder su libertad de amar a Dios como él lo entendía? Los comportamientos externos no darán respuesta a nuestras preguntas. Ignacio es hombre de retorno al "punto de origen", al centro fontal; hombre a quien sólo le interesa este lugar inaccesible e íntimo, la fina punta del alma, donde cada uno solo se encuentra con Dios solo