Vaticano II y la Iglesia Latinoamericana

El Concilio Vaticano II representa, sin lugar a dudas, el acontecimiento mayor de la Iglesia católica en varios siglos. Al decir esto pensamos no sólo en sus textos, sino también en el espíritu que nos anima así como en el impulso que le dieron Juan XXIII y Paulo VI. Todo ese conjunto constituye el hecho conciliar. A veinte años de distancia, algunos parecen tener la impresión que esta etapa quedó atrás, y que ahora es necesario enfrentar otros desafíos. Es cierto que han surgido situaciones nuevas que deben ser consideradas con sus matices propios. Pero estamos ante un hecho complejo al que no es posible acercarse con juicios sumarios. Con razón escribía hace poco Y. Congar que Vaticano II "representa un gran dinamismo, pero no revela todos sus aportes sino con el tiempo". Casi podría afirmarse por eso que el verdadero postconcilio está comenzando, en tanto que se inicia una etapa de mayor lucidez sobre su enorme contribución, y también sobre sus límites. Mucho de lo sucedido en estos años en la Iglesia venía antes del Concilio. Este no fue -ni podía serlo- un freno a ese proceso, Vaticano II constituyó más bien una orientación para comprenderlo a la luz de la Palabra de Dios, y para insertarse en ese movimiento de un modo fecundo y crítico. La nueva discusión que se abre sobre el Concilio ayudará a esclarecer esta significación y a definir posiciones. La tarea de estas páginas es reflexionar sobre la "recepción" del Vaticano II en América Latina. Recepción, que luchando contra inevitables inercias, está hecha -como debe estarlo toda auténtica acogida- de fidelidad y creatividad. La recepción supone una cierta alteridad, en este caso ella se da entre el contexto histórico de la Iglesia en América Latina y el mundo europeo desde el cual parte la mirada universal del Concilio