Que durante el Siglo de Oro la práctica de la «refundición» –nombre genérico– haya sido habitual y extendida bien puede ser, que eso haya que considerarlo un plagio no puede ser. La crítica literaria decimonónica y buena parte de la del siglo XX ha considerado «segundones» y plagiarios a una serie de dramaturgos auriseculares como Moreto, Rojas Zorrilla, Mira de Amescua, Solís, Cubillo, Matos Fragoso, y un largo etcétera, y no dejaba de ser medianamente lógico ese punto de vista de la crítica a la luz de antorchas como Cervantes, Lope de Vega y Calderón, que iluminaban prosa y tablas con luz cegadora. Pero ¿realmente hay que considerar así a todos los que coexistieron con esos tres «monstruos de naturaleza»? La verdad es que incluso...