Hace más de una década, con motivo de un artículo que publiqué en El Derecho', le solicité a un profesor su comentario. Me respondió protestando primeramente que era "católico, apostólico y romano", pero que en mis trabajos jurídicos no debía sostenerme en los postulados de la Iglesia, porque ella mira las cosas de "arriba", mientras el Derecho mira las cosas de "abajo". Finalizó diciendo que sólo me podía sustentar en la doctrina de la Iglesia cuando estuviera asentada en sólidas bases científicas. Nada repliqué. El tiempo, los hijos y las canas me afirmaron en la necesidad de sostenerme en la fe de la Iglesia que nos gloriamos en profesar —como dice la liturgia— y de llevar sus principios éticos a todos nuestros ambientes familiar...