El sol comienza a brillar con fuerza y contundencia en el cielo. En la habitación, último bastión de la noche, son visibles los estragos de la juerga pasada. En un ambiente viciado, cargado de olores nauseabundos y manzanilla derramada, doce bultos se reparten durmiendo la mona por el suelo. Solo dos personas se mantienen sobrias: el cantaor Pepe y un treintañero llamado Luis. Ambos entablan una conversación, té mediante, antes de dar por finiquitada la noche. De este modo se propicia la confesión del cantaor, que como trasunto del payaso triste, tras cuatro años de oficio alegrando las veladas de tanta gente con su cante flamenco, se manifiesta hastiado de su modo de vida y repudiando a los hombres que le rodean y siempre conoce borrachos