Hay, en cada época, verdades evidentes que se prefieren ignorar. En la nuestra, una de esas verdades es que la división territorial del mundo es producto del azar y de la pugna de intereses, y que nada hay necesario o inherente en ella. Así, real o supuestamente ignorantes, concebimos las fronteras y actuamos frente a ellas como si fueran límites sagrados, linderos fijados por poderes semidivinos de manera definitiva. Algunos, los menos, ciertamente se benefician con el carácter sagrado de los límites. Pero la miseria de las mayorías y su sometimiento a formas cada vez peores de explotación y opresión se deben, en parte, al mantenimiento del orden geo-político vigente, que implica un encasillamiento de la población en naciones y en imperios...