Sobre reyes y tumbas en la catedral de León. Discursos visuales de poder político y honra sacra

El presente ensayo analiza en qué medida la huella del poder real en la catedral de León constituye una prueba concluyente de que el templo pudo detentar una condición regia. Para esclarecer el asunto se examina en qué circunstancias y coyunturas fueron incorporadas al edificio las efigies y emblemas que pretendieron acreditar una vinculación íntima entre mitra y monarcas. En la sede leonesa, como en otros escenarios, los promotores fueron plenamente conscientes de que a través de imágenes y heráldica se prolongaba la actualidad y autoridad del rey, se galvanizaba su recuerdo y su memoria perduraba en el tiempo. En nuestro caso, este ejercicio se concentró en las figuras de Alfonso X, Fernando de la Cerda y Ordoño II. Fue el obispo Martín Fernández quien se responsabilizó de incorporar iconografías e insignias del rey Sabio y de su malogrado hijo, sin duda con el propósito de alcanzar réditos políticos y financieros, finalmente fruscrados. Este mismo prelado, además de organizar un panteón episcopal en el perímetro del templo, previsiblemente otorgó a las reliquias de los tres santos obispos de la sede -San Froilán, San Alvito y San Pelayo- un lugar preeminente en el perímetro del presbiterio mayor. En torno a éstos ha gravitado la cambiante localización de la tumba de Ordoño II, ejecutada en dos tiempos y cuajada de implicaciones políticas; y del mismo modo, la del infante Alfonso de Valencia, consumado comitente e hijo del infante Don Juan, rey espurio coronado en esta catedral en 1296. A lo largo de dos siglos se intentó incrementar el prestigio espiritual y político de esta sede -frente a otras- mediante la acumulación de sepulcros en los intercolumnios de la girola, incluyendo ejercicios de arqueología histórica como el fornulado sobre la tumba de la Condesa Sanch