El último romance de la temporada

En marzo de 1931, las asambleas departamentales llevaron a cabo elecciones senatoriales para el Congreso que se posicionaría el 20 de julio de ese mismo año. Por primera vez en mucho tiempo, se esperaba un cambio radical en la composición del Congreso, pues la elección y posesión de Enrique Olaya Herrera (1880-1937) como presidente del país significó mayor participación del liberalismo en los espacios de representación política. Para conocer más al respecto, siga el enlace: http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/r_rendon/id/501 En medio de esas discusiones, el presidente de la asamblea de diputados antioqueña, Román Gómez (1879-1951), se unió a los liberales del departamento para dar más curules a este movimiento, a cambio de su elección como senador del Tolima, un departamento con mayoría liberal. La acción fue interpretada por sus copartidarios conservadores como una traición, pero él la justificó como un mal necesario para "librar al conservatismo de una derrota mayor a que estaba expuesto por su profunda división en la asamblea de Antioquia” (“La fuerte censura al doctor Román Gómez”, 17 de marzo de 1931, número 6989). Para Gómez, la división del partido no garantizaba que este pudiera obtener más de dos curules y, por ello, su arreglo era una forma impopular de beneficiar al partido (que obtuvo cuatro). A partir de entonces, Gómez fue el blanco de una campaña de desprestigio, recriminaciones y ataques personales de todo tipo —hasta amenazas de muerte— por parte del Directorio Nacional Conservador, que se opuso a las propuestas de cooperación interpartidista del nuevo gobierno. El Tiempo defendió a Gómez y condenó el pensamiento "carlista" de los conservadores antioqueños, que se resistieron al cambio de dinámicas políticas con sectarismo: "La tragedia del partido conservador de Colombia no es externa ni reside en factores extraños a su desorganización y desorden. El poder público lo rodea de garantías, le facilita todos los servicios de una gran democracia. Esa es precisamente la causa de su catástrofe. Lo que el conservatismo quisiera sería la terapéutica del garrote (…) El conservatismo tiene que hacer su curación dentro de sus propias paredes, instalar sus equipos de termocauterio, someterse a la disciplina de la lealtad, pesar y medir a sus hombres, dosificar su vocabulario, redactar sus programas, curarse de esa vanidad mística que lo llevó al despeñadero” (“La terapéutica del garrote”, 18 de marzo de 1931, número 6990). Ricardo Rendón interpretó este conflicto conservador en el número 6994 de El Tiempo. En dicha oportunidad, el caricaturista propuso el enfrentamiento "bastones" de dos personajes, un carlista —en referencia a la doctrina política hispanista— y un romanista, que puso en perspectiva los intereses en pugna