Merry christmas

Con la ratificación final del Tratado Urrutia Thompson, iniciaron las intrigas respecto a los verdaderos intereses que guiaban a los norteamericanos en medio de las negociaciones. Durante esta coyuntura, el liberalismo hizo fuertes críticas a los gobiernos conservadores, pues se advirtió que Estados Unidos buscaba reestablecer relaciones amistosas con Colombia justo cuando se estaban haciendo descubrimientos de yacimientos petroleros en el país. El ingreso de las industrias petroleras extranjeras, en ese entonces, fue considerado como una inminente amenaza para la soberanía nacional. A pesar de que se superaron los temores por un tiempo, en 1927 se reanimó la discusión por cuenta de un contrato concertado entre el ministro de industrias del momento, José Antonio Montalvo (1892-1970), y el asesor de la Anglo Persian, Henry Irving Frederick Yates (1883?-1976?). Desde el comienzo, el contrato Yates fue considerado una amenaza a la soberanía nacional, pues desde la prensa liberal —especialmente desde las notas escritas por Luis Eduardo Nieto Caballero (1888-1957)— se lo calificó como un negocio que poco beneficiaba al país, en tanto los intereses estaban ahora puestos en la nacionalización del subsuelo y las acciones de la Anglo Persian pertenecían (mayoritariamente) al gobierno británico. Dicha nacionalización reñía con el ingreso de una empresa extranjera al país. De lo anterior que, desde noviembre de 1927, se creara una comisión investigadora cuyo informe consideraba “que la [L]ey 72, sobre las reservas de Urabá, no faculta al ejecutivo para hacer esta clase de contratos, porque justamente va contra el espíritu de reserva que la misma ley estableció”. Este dictamen, junto con las cifras de explotación proyectadas (2.000.000), hizo evidente que las condiciones del contrato debían modificarse. En este caso, la restricción de exploración y explotación sobre 200.000 hectáreas reducía los alcances petroleros, pero pretendía guardar los intereses de nacionalización: “una base de control para todos. Para los petroleros y sus habilidades, para los gobiernos ineptos. Un código de seguridad” (10 de noviembre de 1927, número 5794 de El Tiempo). El 18 de ese mes, Ricardo Rendón ilustró la situación del contrato en una caricatura. Según lo daba a entender el caricaturista, el contrato no había sido aprobado, pues aparecía conducido por una carroza fúnebre, seguida por el presidente de entonces, Miguel Abadía Méndez (1867-1947), y el delegado inglés que veía frustrados sus intereses