Hoy al tener notica de su muerte he recordado al maestro de hace treinta años. Era entonces un niño (Antonio Machado), él tenía ya la barba y el cabello blanco. En su clase de párvulos, como en su cátedra universitaria, Don Francisco se sentaba siempre con sus alumnos y trabajaba con ellos familiar y amorosamente. El respeto lo ponían los niños o los hombres que congregaba el maestro en torno suyo. Su modo de enseñar era el socrático, el diálogo sencillo y persuasivo. Estimulaba el alma de sus discípulos para que la ciencia fuese pensada, vivida por ellos mismo. Lo que importa es aprender a pensar. Desdeñaba todo lo aparatoso, decorativo y solemne. Sabido es que el maestro de maestros no examina nunca. Incapaz de mentir y callar la verdad...