Alojando temporeros

Las diferentes transformaciones que sucedieron en la agricultura, durante el siglo pasado, cambiaron por completo la concepción que se tenía hasta ese momento de lo rural. También, y más intensamente, sucedió en la llamada ‘Franja de Ponent’, límite entre Aragón y Cataluña. Actualmente, este territorio se ha convertido en un campo industrializado desde el que cada año se exportan toneladas de melocotón, pera, albaricoque, y otras frutas de hueso y pepitas. De manera inevitable, esta transformación, también ha afectado a las personas que trabajan y viven de este sector. Consecuencia de esa nueva agroindustria y de la la falta de mano de obra, que tanto, por las migraciones desde el campo hacia lo urbano (o a sectores más atractivos), como por la intensificación de los cultivos, ha dejado en manos de la población extranjera la labor del campo. Nos referimos, a los temporeros, trabajadores importados de diferentes países, para realizar el trabajo que otros no desean hacer, y que, como es obvio, también precisan de una vivienda, en su caso temporal. Durante las dos últimas décadas se han desarrollado una serie de tipologías y estrategias para suplir la necesidad habitacional requerida por el flujo de trabajadores que llegan a las comarcas del Bajo/Baix Cinca (Huesca) y El Segriá (Lleida). En el verano de 2020, mientras que en el resto de España se salía del largo confinamiento, estas comarcas vivieron de manera anticipada la denominada “segunda ola”, singular en toda Europa. Este trabajo, en su modestia, quiere reflejar cómo es el alojamiento preparado para los temporeros, y cuáles son las causas para que, en este periodo, la situación normalizada de hacinamiento en todas las campañas frutícolas, preocupase a la población (que habitualmente ignora, o desconoce) a causa del aumento de contagios de la COVID-19