Jesús Molina y el ingrediente italiano en el arte de nuestro Siglo de Plata

El texto forma parte del catálogo de la exposición "Jesús Molina. Vivir una idea (1903-1968)", comisariada por Eduardo Aguirre y exhibida en Zamora (C. Caja España, 5 a 30 de abril de 2006), Palencia (Sala Caja España, 4 a 29 de mayo de 2006), Valladolid (Sala Teatro Calderón, 1 a 25 de junio de 2006) y León (Edificio Botines, 4 a 30 de julio de 2006).A la vista de la producción del pintor Jesús Molina (Cerecinos de Campos, Zamora, 2-X-1903/Madrid, 14-IX-1968), se podría decir que, la influencia del primitivismo y la simplificación clasicista del arte italiano, que empezó a hacer especial mella en él a raíz de su estancia en Italia durante el primer lustro de los pasados años treinta, no sólo fue un hecho fundamental en su evolución, sino también toda una constante, luego reelaborada, en su obra. Pero es más, por lo común se ha insistido en hacer provenir la primera llegada de renovación y avance al arte español de las cercanías a la Escuela de París y, en general, de las múltiples aproximaciones o influencias respecto al vanguardismo que se cocinaban en la capital gala, olvidando otra vía de penetración renovadora, acaso menos directa, pero profundamente imbricada en la tradición española. Esto es la que discurría desde que, en el siglo XVIII, se intensificara la visita del artista español a Italia, oficialmente sancionada –en la voluntad de consolidar el fenómeno– con la creación en 1873 de la Academia de España en Roma. En otras palabras, se ha tenido poco en cuenta, respecto al progreso del arte avanzado español, la vía de la influencia del arte italiano; un arte que, tras la Gran Guerra y subsiguiente “regreso al orden”, con su llamada a una nueva consideración de las figuraciones, la mediterraneidad y el clasicismo, también fue calando entre los españoles ávidos de una novedad cercana a lo propio. Estos artistas, así, sumaron a su dirección vanguardista un importante ingrediente de aire italiano, que no podemos desconocer y que no sólo se fue desarrollando durante el brillante período de la llamada Edad de Plata, sino que se extendió sin demasiados problemas, aun con sus adaptaciones, varias décadas más allá. De esta manera, dado el escaso margen de acción concedido durante la década de la autarquía a la renovación vanguardista y las rápidas acusaciones de “arte extranjerizante” aplicadas a cualquier mirada sobre lo foráneo, la influencia del arte italiano será uno de los más importantes elementos que traspasen la Guerra Civil y que se mantenga luego, durante las primeras décadas de postguerra. Por tanto, ello formará una parte destacada y argumentadora no sólo de la llamada Edad de Plata, sino de lo que, en conjunto y más ampliamente, hemos calificado en más de una ocasión como nuestro Siglo de Plata. Jesús Molina, bien que poco conocido, es una muestra inmejorable de esa penetración y de esa permanencia de la influencia italiana –aun con su reelaboración y absorción en la tradición clásico-realista de nuestro arte–, que se daría en buena parte de esa esplendorosa centuria pasada. Aunque avanzando el tiempo, cuando otros valores como los de la abstracción hicieron acto de presencia, la permanencia desactualizada de esa influencia también se convertirá en una rémora.Caja Españ