Desde que, a finales del año 2010, se abriese un amplio y hasta el momento inconcluso ciclo de protestas en buena parte del mundo árabe y musulmán, una serie de cuestiones parecen haber presidido los debates académicos y políticos suscitados por la llamada "Primavera árabe". Al calor de las convulsiones iniciales, en enero de 2011, cuando el estallido tunecino espoleado por el sacrificio de Muhammad Bouazizi contagiaba al gigante egipcio, numerosos comentaristas rescataron el argot épico que califica ciertos procesos políticos como "revolucionarios", desperdiciando con ello la ocasión de situar esos acontecimientos en un marco analítico más amplio que permitiese superar el paradigma de la excepcionalidad que tantas veces ha dominado las rep...