Más ficción, por favor

Ficción tiene que ver con fingir. Se trata de fingimientos lúdicos, que no buscan nuestro mal ni pretenden engañarnos sobre un estado real de hechos. Son puros juegos de la imaginación. Y son fingimientos compartidos, pactados: el fingidor y el destinatario lo saben, pero fingen a su vez olvidarlo por un tiempo para entregarse a la creación uno y al disfrute el otro. Las ficciones nos permiten vivir muchas vidas sin salir de la nuestra. Consiguen que nos pongamos en riesgo de morir sin morirnos, vivamos romances sin compromiso, cometamos crímenes horrendos o nos venguemos de ellos sin culpa y sin castigo, pasemos un miedo atroz y luego nos riamos de nuestro propio miedo, experimentemos la vergüenza de una situación embarazosa sin salir por ello nuestro ego malparado, reparemos o empeoremos los hechos de la historia sin ser acusados de creernos "hechos alternativos". Se trata, pues, de fingimientos que entrañan una habilidad o potencia humana extraordinaria. En el texto hacemos un alegato a favor de los relatos de ficción, sean cuentos, novelas, películas, series de televisión, comics o cualesquiera otros medios de expresión que vehiculan historias de la imaginación. Se diría que las ficciones no necesitan valedores, que se valen muy bien solas. Y en cierto modo es verdad. Pero cuidado. Nos figuramos, ingenuamente, que las ficciones se dan por descontado, que esos mundos imaginarios son producto de una energía inagotable o renovable. La verdad es que viven de frágiles equilibrios: los mundos de ficción son casi tan vulnerables como el mundo a secas que habitamos, y que tanto y tan justamente nos preocupa