Siempre nos ha atraído Juan Ramón Jiménez por lo que hubo en él de ejemplar como ser humano: su fidelidad sin desfallecimiento a un destino. Admira su rigor en medio de un mundo de hombres sin autenticidad y de gentes que traicionan a los demás porque comienzan por traicionarse ellos mismos. Había elegido el destino de poeta, el destino de creador de un universo por el verbo, y nunca lo negó. No hay en toda su obra una línea que haya sido escrita para conseguir la gloria fácil, el halago del público o el efecto de oropel. Su vida constituye el ejemplo más extremado de una conciencia escrupulosa y siempre alerta para ser fiel al mensaje que quiere trasmitirnos. Fue esencialmente una voluntad disparada al logro de la belleza sin desmayos, bel...