Pienso en Rosa Cruz, una víctima imaginaria, como todas las demás, oriunda de Socotá, un pueblo escondido en el mapa, en el departamento de Boyacá, tenía 4 hijos, y vivía con su esposo el jornalero Evaristo, en la finquita ubicada en la vereda agua de Dios. Un día lluvioso, se desataron los enfrentamientos entre la guerrilla y los paramilitares quienes se disputaban el territorio como corredor del narcotráfico camino a Venezuela, no podían salir de la casa, ella solo le rezaba al Dios del cielo mientras goteaba en el solar, “-Papito lindo que a mis niños no les pase nada, que algo aleje a estos salvajes.