Las nuevas herramientas que la tecnología del siglo XXI ha traído consigo han sido de extrema utilidad para el desarrollo de ciertos aspectos tanto del componente asistencial sanitario, como del académico e investigativo de la ciencia médica. La psiquiatría, como rama de la medicina, no está exenta a estas utilidades. Pero las mismas corren el riesgo de no proveer con eficacia todos los beneficios posibles. Si el cuerpo teórico de la ciencia psiquiátrica se mantiene apoyado en las clasificaciones nosográficas actuales, que a su vez apoyan su estructura en las del siglo XIX (1), estas utilidades podrían incluso resultar ineficaces