La poesía de Gelman transforma el mandato de la tradición de la poesía política con que se inicia su obra, al reemplazarlo por la construcción de una lengua sin estado. La voz de esa tradición se desliza hacia una lengua que problematiza el reconocimiento pero resulta -a la vez- de una disonancia legible, y que se lee en las formas de una voz desalineada respecto de un sujeto, e imaginada como superposición entre figuras que proporcionan, desde el nivel de la representación, orientación constructivas de la escritura e indicación de lectura: el niño; el extranjero sin estado y sin lengua (inmigrante, exiliado, judío, etc.); el estado instable del español literario de la época de la conquista y especialmente el de los místicos; las locas...