Cuando llegó la enfermedad del olvido a Macondo, el ingenio de aprendiz de brujo de José Arcadio Buendía, halló el método para preservar los significados lingüísticos de la aldea. Con un pincel artesanal entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola, vaca, chivo, puerca, gallina, yuca, malanga, guineo. Pero las evasiones de la memoria eran tan misteriosas que luego hizo un letrero que decía: «esta es una vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con café y hacer café con leche», luego se lo colgó en la cerviz del animal. Después colocó «en la entrada del camino de la ciénaga un anuncio que decía: “Macondo” y otro más grande en l...