Acostumbraba a dormir en el suelo de sus austeros apartamentos que habitó por toda Francia, sin usar calefacción alguna. Apenas comía una patata hervida con compota, consciente de las hambrunas del mundo y las privaciones de los desdichados. Pocas veces probó el chocolate que tanto gustaba. Aprendió a prescindir de él con ocho años cuando se hizo madrina de un soldado del frente del 14 y decidió, además, no llevar calcetines en el frío invierno. Así era Simone Weil (París, 1909-Ashford, 1943). Hija de burgueses judíos parisinos, no tenía por voluntad propia patrimonio, ni ajuares ni dinero; este simplemente pasaba por sus manos siempre para el otro, normalmente los más desfavorecidos o refugiados en apuros.Reseña del libro "...