La producción teatral y su discurso crítico alarmó durante el siglo XIX a los sectores conservadores, tanto en Europa como en América, ante lo que se veía como exceso de libertad - relajación moral y política - dando lugar a la reiterada reimplantación de la censura teatral. La Iglesia, consiente de la capacidad del teatro de convertirse en un púlpito privilegiado desde el que se podía predicar tanto ética y moral como política e ideas disolventes, nunca renunció a lo que consideraba su derecho: velar por la moral de la sociedad a través del control de los espectáculo o mediante presiones a las autoridades civiles para que se prohibieran obras que no respetaban sus doctrinas. También llevaría a cabo - a fines del siglo XIX - una intensa tar...