En algún tiempo durante mi infancia me pregunté por qué mi papá y mi tía no lograban llevarse bien. Parecía ilógico, pues mi tía, quien además es mi madrina, estuvo siempre pendiente de que yo estuviera bien y que no me faltara nada. ¡Ay, cosas de grandes! Mi primo y yo jugábamos, peleábamos, nos agarrábamos del pelo y llorábamos, pero momentos después olvidábamos todo y comenzábamos la nueva travesura. Lastimosamente, la relación entre mi papá y mi tía era distinta y hubo algo que él nunca pudo perdonarle. Cuando mi mamá vio a mi abuelo y a mi tía, en la universidad en la que ella estudiaba, con la cara bañada en lágrimas, se imaginó lo peor: quizás la abuelita había muerto. Afortunadamente la tragedia no alcanzaba esos límites. “Se cayó… ...