Alguna vez medité en el asunto. Seguramente no dejaria de ser una tonteria aquello de sentarse a relatar historias. Dejar desprevenidamente el mundo de las cosas reales y hundirse, con absoluta libertad, por entre tierras misteriosas de la imaginación. Parecería, acaso, más bien una muestra de irresponsabilidad. No poder guiarse aun bajo la propia cautela de la vida y de frente a las avaras sustracciones del horizonte. Poseso de la manía literaria, escudriñar; y ser un esclavo de apariencias revueltas. Alcancé, por entonces, a calcular que todo esto se debía a la dislocación de la existencia de uno con el exterior