El texto alude a las consecuencias del dogma de la creación en el ámbito de la ética y de la antropología. De ahí surgen todo orden y libertad, el logos y todo amor como elementos originarios y fundantes. Por eso, desde el principio, la verdad y la libertad se imponen sobre el caos y el azar como principios constitutivos de la realidad. A la vez, el hombre se configura desde el origen como un ser en continua relación con Dios, tal como enseñó el Vaticano II. Considerar a la persona humana como imago Dei y como imagen de la Trinidad es un punto de partida y de llegada de la doctrina de la creación. Ésta es una reflexión válida también para la ciencia actual